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El Museo de Historia Natural de la Tatacoa

Como si se tratara de niños jugando con tierra, un grupo de paleontólogos escarba tratando de descubrir el caparazón fosilizado de una tortuga de poco más de un metro. Eso que podría confundirse en un principio con una tarea sencilla no lo es ni de cerca. Aunque esa mañana el clima del desierto de la Tatacoa, ubicado en el departamento del Huila, fue bastante benevolente, con cielos nublados que no dejaban pasar los rayos del sol con toda su intensidad, la tregua para este grupo de investigadores se acabó con el caer de la tarde, momento en el que, bajo casi 40 ºC, se dispusieron con martillos y palas a cavar entre el duro sedimento para liberar los restos de esa tortuga de río.

Para Andrés Vanegas, director del Museo de Historia Natural de la Tatacoa, cada fósil tiene una historia y él, que desde los 11 años se ha dedicado a colectar fósiles en estos áridos parajes, se sabe más que unas cuantas, las mismas que les cuenta a quienes los visitan en la vereda La Victoria, cerca del municipio de Villavieja. A su repertorio va a sumar seguramente la de esta tortuga, un hallazgo inesperado con el que se topó cuando iba en busca de unos amigos de San Agustín, Huila, que querían ver de cerca el trabajo que un grupo de más de 60 científicos y científicas, en su mayoría colombianos, realizó durante la última semana en esta región.

Todo empezó como una misión de rescate de un gliptodonte —un mamífero acorazado emparentado con los armadillos actuales— que habían hallado hace unos seis meses, pero por la complejidad que implicaría su extracción, los expertos del museo habían preferido esperar a la llegada de los refuerzos que traería la segunda expedición que realizan en esta zona instituciones como el Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales (Stri), la Universidad del Rosario, la Universidad Eafit y el Centro de Investigaciones Paleontológicas de Villa de Leyva.

La excavación, a la que también se uniría el grupo de amigos de Andrés que motivó el hallazgo del caparazón de la tortuga que empezaba a asomarse en medio de la tierra, se transformó con ese nuevo descubrimiento en una titánica tarea que dividió en dos al equipo de ocho investigadores —conformado en su mayoría por integrantes del grupo de investigación de Paleobiología e Historia Natural de la Universidad Nacional— que, liderados por Juan David Carrillo, experto en vertebrados del Departamento de Biología de la Universidad de Friburgo (Suiza), y Guillaume Billet, del Museo Nacional de Historia Natural de París (Francia), había trabajado toda la mañana en tratar de recuperar lo más que se pudiera de las piezas del rompecabezas en el que se había convertido el gliptodonte con el paso de millones de años.

Tras una jornada de más de doce horas —en la que llegaron nuevos refuerzos cargados de más materiales—, los científicos recolectaron y marcaron con cuidado las partes sueltas, excavaron alrededor de los fósiles y los recubrieron con una estructura que ellos llaman la ‘chaqueta’, hecha de aluminio, papel y yeso, con la que intentan garantizar el máximo cuidado posible de las piezas para llevarlas al laboratorio para su preparación. Una especie de recipiente al que, como paso final, hay que darle la vuelta como en una maniobra similar a la que se hace con una tortilla española: esperando que su contenido con los restos fosilizados y la tierra que aún los rodea se mantenga toda en su interior.

“Es probablemente el segundo fósil más grande que hemos sacado para el museo, después de la cabeza de un caimán (purussaurus) que también extrajimos hace unos cuatro años”, comentaba Andrés Vanegas sobre la tortuga antes de llegar a ese momento decisivo. A ojo calculaba que ese cargamento en particular podría significar el transporte de poco menos de una tonelada, una tarea para por lo menos ocho personas que deberían transportar la preciada carga a oscuras a través del desierto hasta los carros, que afortunadamente en esta ocasión habían conseguido llegar a unos 300 metros.

Un siglo de historia

Por procesos similares han pasado los 1.500 especímenes fósiles que hoy reposan en el Museo de Historia Natural de la Tatacoa en La Victoria, un sueño convertido en realidad por los hermanos Andrés y Rubén Vanegas. El museo no solo se ha consolidado como un punto en el que convergen paleontólogos nacionales e internacionales ávidos de estudiar los fascinantes fósiles de sus colecciones, sino también como un referente para los turistas que visitan la región y pasan por sus instalaciones para aprender más sobre estos animales que habitaron en un periodo conocido como el Mioceno, hace unos 23 a 5 millones de años.

Lo que hoy es un paraje desértico en ese momento era una selva en la que vivía una de las faunas más ricas que se han visto en Suramérica. “Hemos encontrado cocodrilos de 11 metros de largo, micos, serpientes, árboles gigantescos. Este sitio es

Si usted siente curiosidad por los animales que habitaron en la Tierra antes de que existieran los humanos, dese una vuelta por la vereda La Victoria en el municipio de Villavieja, Huila. Lo que inició como una afición que tenían Andrés y Rubén Vanegas por colectar fósiles desde niños, se ha consolidado como un destino atractivo para los turistas nacionales e internacionales que en su paso por la región pueden conocer los fósiles una maravilla, es el Amazonas que teníamos antes, que nos muestra cómo el clima siempre está cambiando”, asegura el palinólogo colombiano Carlos Jaramillo, investigador del Stri, quien detalla que como consecuencia del surgimiento de las cordilleras de los Andes en la geografía colombiana este sitio se transformó de un bosque amazónico al desierto que vemos hoy en día.

Entender cómo era ese lugar del planeta en el que los ríos en lugar de correr hacia el norte en busca del mar Caribe lo hacían hacia el sur persiguiendo al Amazonas ha fascinado a los científicos del mundo los últimos cien años. Los primeros en llegar, en 1923, fueron dos miembros de la congregación de la Salle que visitaron el valle superior del río de la Magdalena y arribaron a Villavieja para realizar un reconocimiento de la zona durante la construcción de las vías férreas.

“En ese tiempo, ellos empezaron a colectar fósiles, materiales que fueron llevados hasta Bogotá. Una parte se quedó en la Salle y otra decidieron enviarla de marsupiales dientes de sable que la ciencia aún está en proceso de describir como nueva especie, caimanes gigantes y hasta el de un delfín.

Además de apoyar la investigación de la flora y fauna antigua de esta región, el proyecto de los hermanos Vanegas también se ha convertido en un generador de desarrollo en la vereda, que hoy cuenta con tres hoteles para recibir a los visitantes. a la Universidad de Berkeley, en Estados Unidos, para que les dieran más información sobre esos hallazgos”, relata Andrés sobre los primeros estudios paleontológicos que se llevaron a cabo en la región, que derivaron en la visita en 1940 del paleontólogo español José Rollo Gómez, que trabajaba en ese momento con el Ingeominas (ahora Servicio Geológico Colombiano) y quien impulsó cinco años después la primera expedición de vertebrados fósiles en la Tatacoa, junto a investigadores de Berkeley.

Después de eso, por este lugar pasaron investigadores de instituciones como la Universidad de Kioto (Japón), país donde hoy reposa una importante colección de fósiles de simios de la Tatacoa; el Museo de Historia Natural de París; la Universidad de Duke (Estados Unidos), por nombrar solo algunas. “Desafortunadamente, los colombianos no habíamos participado mucho en esto y la comunidad local tampoco se había interesado”, comenta Vanegas.

Durante generaciones vivieron alrededor de los fósiles con los que compartían el territorio, sin interesarse por las historias que esos restos tenían por contar. “Muchos de esos investigadores se llevaron colecciones enteras con el consentimiento del Servicio Geológico Colombiano y de esa forma se empezó a estudiar y a configurar el ecosistema que existió hace 13 millones de años en la Tatacoa”, asegura el investigador, quien resalta la atención especial que entre los años 40 y 80 recibieron las expediciones que buscaban fósiles de primates en este desierto, a la espera de obtener de paso nueva información sobre nuestro origen como especie humana.

Aunque no lo vivió directamente, hasta él llegó como herencia la sensación de saqueo que inundó a las poblaciones que habitan en esta región al ver que los fósiles que extraían los científicos en esos primeros años de investigación de la riqueza de este yacimiento salían para nunca regresar. “A mí me contaban muchas historias cuando era niño de que los japoneses se llevaron todos los fósiles, que todos los fósiles de la Tatacoa están en otros países y que aquí solamente teníamos los pedacitos. Y yo decía: ¿y por qué nadie hace nada?”, recuerda Vanegas.

Hoy la historia que se cuenta es diferente. Los fósiles colectados por expediciones como la que se llevó a cabo la semana pasada para continuar estudiando la fauna de La Venta, como se le conoce a este yacimiento, continúan alimentando las colecciones del Museo de Historia Natural de la Tatacoa en La Victoria, un lugar donde la comunidad y los visitantes pueden apreciarlos y aprender de ellos, sin tener que viajar a lugares remotos como Kioto.

“Cien años con los fósiles aquí en nuestro territorio y nosotros no nos habíamos ni siquiera preocupado por estudiarlos y finalmente eso está pasando. Ya hay una gran masa crítica de gente colombiana y latinoamericana que va a dar un nuevo renacimiento a todo lo que se encuentra acá en el desierto de la Tatacoa”, afirma emocionado Carlos Jaramillo, quien en el 2015 recibió un correo de un joven Andrés que buscaba apoyo para convertir en un museo lo que inició como un grupo de niños y jóvenes —los Vigías del Patrimonio Paleontológico— que recogía fósiles como un hobby. El inicio de una relación que con el tiempo ha fortalecido y mejorado las prácticas paleontológicas dentro de la comunidad de La Victoria.

“Hoy en día, los fósiles son más que una piedra, son historia viva, parte de nuestra cultura y nuestro estilo de vida, son también parte de nuestra familia”, asegura Andrés. Por eso, la semana pasada se reunieron con todo el pueblo para cantarles el feliz cumpleaños a esos fósiles y celebrar así por cien años de investigaciones pasadas y por los cien años de investigaciones siguientes, que ya prometen nuevos descubrimientos.

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2023-05-28T07:00:00.0000000Z

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